lunes, 26 de noviembre de 2007

Relación Personal

por Gonzalo Millán





Historieta del blanco niño gordo y una langosta

Sentado bajo la curva del mediodía
refriego un insecto entre los dedos,
pero se me escapa de pronto
la sonrisa de la boca
al ver volar desde mis manos
desnudas hacia el polvo
las patas y las alas
arrancadas por mis uñas.




En blancas carrozas viajamos

Ocultos entre raíces
manchadas por hollejos de frutas,
y humaredas de hojas y papeles,
se endurece en mis manos sucias,
al palpar la rubia
sedosidad niña de tus piernas,
la celeste cornamenta de mis venas.

Tú con una piedra rompes
un cuesco de durazno,
mascas la amarga semilla
y endulzada la echas en mi boca.

Yo me humedezco un dedo
y en el muslo trazo con saliva
las iniciales de tu nombre.
Tú les echas tierra.
Después el polvo cae.




Toco rondas infantiles con una mueca en los labios

Un muñeco podrido bajo tierra en un jardín
y las ciruelas perdiendo el gusto ácido en el agua.
Tras las carcomidas lanzas de madera de una reja
se le pegan los pétalos en los labios
a un niño que muerde flores rojas.
Y yo con mis grandes manos, desde lejos,
comienzo a tocar el piano de juguete.




Bautismo de polvo

Soy un niño de escasos años
y meses, precozmente pródigo,
jugando como los gorriones
con el polvo de los siglos
que en segundos me encanece.




La cara de Dios

En una mano la piedra
negra y enmantequillada,
destellante en los dedos
del infante idólatra;
mordido, menospreciado,
el pan en la otra mano.




La mutilación de los patios

Del garrón reciente del limonero
cuelga un par de patas de ave,
secas, atadas por un cordel sucio.
Ni señas de la rama del columpio
ni de la lerda gallina castellana
que picaba trozos verdes de vidrio.
Un puñado ruin de aserrín rucio.




Escena original

En el silencio húmedo tras
el chubasco de los truenos,
el bulbo negro
de un claxon de goma,
estrujado por un niño
que interroga el misterio.




El adolescente huye como una culebra

Cual una jarra me vuelcas en la maleza;
tus pechos aplastan mis dedos,
y como una medrosa culebra
huyo del pesado paso de tu carne,
arrastrándome entre las ortigas,
enredados los cabellos de hojas secas.




El mar y tu axila

La oscuridad procaz
en el doblez de tu brazo
y la arena ardiente
cociendo los caracoles.

Miré tu axila
asombrosamente blanca,
luego el mar
asombrosamente azul,
y reflexioné taciturno:

Hoy vi en el lavatorio
la máquina sucia de pelos
y en la arena mojada
un pescado muerto que hedía.

Tu axila asombrosamente blanca.
El mar, asombrosamente azul.
Las algas pudriéndose verdes
entre las rocas.




En un reloj de joven arena

Sentado en escalonadas y repletas graderías,
diviso entre la arena del embudo
la pinta pálida y perdida de turostro.
En el fondo los huecos oradores juveniles
repiten sólo viejas consignas,
y tú eres el único entre los opacos granos
que me dice algo en su caída.




Y como una mala canción de moda, te nombro y te repito

Cubierto con la cremosa ornamentación
de los pasteles
me he desvaído como el breve gas de las gaseosas
tras el marino azul de tu uniforme,
y con mi corbata listada y gomoso de gomina
soy otro perdido más
por el ruido de la orquesta
en fiestas juveniles,
y otro más entre los nombres
escritos con tinta sobre el cuero
en tu bolsón de colegiala.




Hago señas y signos pasajeros

En aquel mismo árbol fui a buscar
otro verano, el corazón ése, mal grabado
sobre una playa de corteza tersa
con la hoja viva y rota de un cuchillo.
La crecida del invierno y de la savia
había arrastrado nuestras letras,
flechas y dibujos infantiles,
hasta perderlos en el laberinto para siempre
tragados por el remolino de las ramas.




Si me abrieras el puño, me hallarías sucia la palma de la mano

Sabes mis ojos y sobre mi boca sabes
el número infantil de los lunares.
Conoces mi risa de torcidos labios
y sabes además,
que levanto un hombro cuando camino.
Falta sólo que vuelques
la faz soleada y lisa de la piedra
y mires mi otra cara,
hundida dentro de la tierra.




Un tipo extraordinario

Era pequeña y rubia
y casi no tenía pechos.
Yo soy un hombre extraordinario
y tuve que ir en un barco,
trabajar
y conocer todo el mundo.
Ahora es de un pobre tipo.
Yo soy un hombre extraordinario.
Conocí todo el mundo,
bebí en los puertos
y trabajé en un barco.
Era pequeña y rubia
y casi no tenía pechos...




Noticia clínica

Hora por hora, todos los días
en anaranjados y espumosos orines
echo fuera los podridos huevecillos
y al gusano que masqué de tu manzana:
Dama coriácea de corazón, sobada
y pringosa carta de naipe
de una baraja de segunda mano.




Yo cojeo porque tú cojeas. Perdona.

Me desagrada la fea cicatriz
en el delgado muslo de tu pierna
y el verte caminar sola por las calles
que me hace esconder tras los puestos de diarios
o volver la vista hacia otras mujeres.
Sin embargo, al no encontrar tu olor
ni cabellos en la almohada
estrecho entre mis brazos
esa media izquierda y esa bota extraña.




Y tu piel me es doblemente extraña

Mientras en lo alto se iluminan
las ruedas gigantescas y las torres,
huimos a escondernos
a un cuarto cubierto de postales,
en donde libres de las ropas
de nuestra piel borramos
el olor a perfumes
y el olor a manillas de metal
de nuestras manos.
Hasta quedar en la noche
de falsos colores comerciales,
desnudos, espantados,
sin cuerpos, sin rostros, sin olores.




Tu quebrado vidrio rojo

Tu sangre se seca en mi vientre
como una mancha de óxido
y entre tus piernas partidas
se pega el dolor del lacre.
La almohada moja mi mejilla
con tus lágrimas,
y seguimos aguardando mudos,
entre encajes y sedas arrugadas,
el silencio del muerto
o el grito del recién nacido.




Los aros de hierro del triciclo sin gomas y el rascar de un clavo

Caemos de pronto del amor
y somos dos migas sucias
flotando en un platillo con agua
o la mosca sin alas
que el dedo hace correr sobre la mesa.
Yo retiro tu viejo cabello
enrollado en mi oreja
y hacemos vibrar
la gillete del odio en nuestras bocas
hasta que el hedor de verdes aguas de floreros
nos hace soltar la arena
que tenían las manos para lanzarnos a los ojos
y abrir de nuevo las ventanas.




Y se mueve aún tu cola cortada de lagarta

En medio del sol y de los juegos de luces,
me conviertes en un lagarto
que muerde tu cuello hasta voltearte,
para buscar
al final del largo abdomen blanco
esa muesca que cubro y que me agita
hasta que palidecen y se enfrían
las manchas verde-azules en mi espalda,
que espoleas aún
con prismas atados a las muñecas,
intentando detener la noche.




Y ahora el sol destiñe el fondo rosado de tu concha

Con mis pequeños ojos cegados
por los trozos de espejos
que trituran las olas,
raspo y destruyo hasta desollarte
los tatuajes de la arena
y la cal en tu costra,
para poder hundirte en la carne,
roída por el jugo de limón,
mi pico de ave.




Letra de canción para una melodía vieja

Me escuece y arde esta vieja aréola.
Se me enrojece y descama
cuando me tocan tu vida
o cuando yo mismo la rozo
yendo hacia atrás con mis dedos.

Como temo me la alivie
la pomada del tiempo,
te rasco y me hiero
y hago saltar la costra y la sangre
para aceptar la cicatriz
de que no tienes olvido.




Cazador de un fuego fatuo

Te persigo asordado por mi ruido
y el viento, y sigo y me huyes
como el falso brillo de aguas
que jamás se alcanza en los caminos,
mariposa fosforescente y sedosa
que atrapé y desprendí quemada
de mi motor humeante y al rojo.




Si me golpeas la cabeza, pescadora, quedaré ciego

Con tus ojos azules y todo
me tragué el anzuelo emplumado que me hiere
en el lío negro y amarillo de mis tripas.
Tira el hilo ahora, cordera,
y como un pescado de grandes ojos
saltaré boqueando tras tus pasos.
Pero ya no encontraré bella la vida
al mirar una caja de acuarelas,
ni cuando te halles a mi alcance
dejaré de agarrarte los senos.




Historieta sobre un caracol y una mariposa

Con mi vida y la tuya a cuestas abajo,
arrastro mi rastro de babas y subo
con palos de ciego a tu siga y encuentro-
te, mariposa lista al vuelo y dispuesta
a dejarme otra vez con el bulto.




La fiesta local me ha perdido nuevamente de mi calle

Al cielo cabeza alzada
observo también el eclipse,
con el negativo de nuestra fotografía.
Y tanto tiempo veo juntas de nuevo
tu cara sobre el sol
y mi rostro en la luna,
que ciego te busco después
entre las cabezas gachas
y en mis cercanías,
para ver en los vidrios ahumados
y sobre la tierra,
el reflejo solo de mi figura.




Me casé con la reina

En uno de mis pasos falsos
hundí mi zapato hasta el fondo
en su amarilla masa blanda.
Y a pesar de haberme limpiado
con hojas y papeles
no puedo desprender aún
tu olor a pepinos verdes
de mi taco.




Y ahora no sé cómo salirnos de nosotros

Como la cáscara del pan encierra la miga
así yo te guardaba...
Tu harinosa masa se añejó en esponja seca
y onerosa te contengo, duro y vano.
Dime ¿esperas a alguien que nos pida
el duro pan nuestro diario y se lo lleve?
o acaso,
¿el renacer de la tibieza y el aroma
gracias al empleo de un fuego lento
que sólo nos carbonizará en una parrilla?




La destrucción del dúo

Fui tu instrumento vano y lleno de viento
o si lo prefieres, un solista que ignora
la cuerda que tocó entre tus maderas.
Y si bajo la dirección de tu batuta
y a la ciega siga de tu partitura
sonó la flauta,
te confieso mi creencia
de que ese agudo y ridículo pitido
no vale un pito.




A la Plaza de Armas me iré entre palomas

Me pagas con mala moneda, mujer,
y co9n un sueldo vital el empleo
que te hago de mi amor y de mi tiempo.
Me voy a jubilar un día de estos
y me retiraré a vivir gastado,
sólo con mis pobres rentas.




Paralelo a ti, mido inmóvil un trecho de tu vida

Otrora vertical me inclino y voy por tierra
y en mi caída y destrucción de torre
tu huida horizontal de vía sigo
hasta el límite mismo de mi altura
en donde el más lejano antes el más alto
trozo de mis restos hoy horizontales
es sólo un fijo mojón en tu camino.




Consuelo

Si pensara que en tu cuerpo,
ya perdido, y tu belleza,
el coto de la muerte crece,
mi preocupación sería, creo,
para llorar de pura risa.




El paseo del sastre desnudo

Después de clavar esa aguja
con dos manos en la silla
y cerrar ojales y cortinas,
camino.
Puede que observe los vinos o el río
o doble bruscamente las esquinas
tratando de huir
del figurín oscuro que me sigue,
o puede que de pronto me detenga
y cierre mi único ojo y mi bordado
con un nudo negro sin más hilo.




Pongo en mi oreja la oreja ondulada de la nada

Vacío caracol de tierra y vides:
feble trompa que contiene
las nubes de langostas del ruido
y el silencio de la pared-ola
antes del estruendo y la caída;
roseta parda que al final de su voluta
sostiene toda la noche
en el hueco oscuro de su fruto;
serpentina de saliva
que deshago sin tiempo,
crujiente caliza hoja seca,
hasta dejar en mis ojos
la fugitiva presencia de la luz,
y del polvo el rastro,
y motas entre mis dedos.




¡Ándate, pájaro, antes que viva y te mate!

Los jotes me han seguido
de la playa hasta mi pieza
y están en espera
de ver mis ojos
como uvas rotas
para cruzar hacia mi carne
por la línea roja
con que habré rayado la vida
en mi muñeca.




Paso por la arena

Antes que llegue el rumor de la marea
y el blanco hervor de huevo de la espuma,
me oigo en el eco de un caracol vacío
como el caballo hueco de aire oscuro
que hay en toda huella de pisada.




Eclipse

Y a veces pienso que después de tanto
y tanto aire, soplo y saliva malgastados
en el intento de apagar el sol,
como me dijeron,
estará sólo la manta de la oscuridad,
ahogándome,
y nada más en torno a mi cabeza,
si lo apago.








1965-1967








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